miércoles, junio 28

Carnets de voyage (I…) : Clermont-Ferrand.

Mira que no quería hablar de fútbol hoy, y de hecho no lo voy a hacer, solo remarcar que ha sido un día realmente difícil en el trabajo, gracias a ciertos “conards” que hay por ahí. Pero bueno que les den por saco.

Y vamos a lo que vamos, hoy quiero dar luz verde a una nueva línea de articulillos. Bajo el título genérico de “Carnets de voyage” (que, dicho sea de paso, no tiene nada de original sino que, podríamos decir más bien, homenajea a varios autores), pretendo escribir sobre las diferentes escapadas que voy haciendo o que ya he hecho por la Francia durante el tiempo que estoy aquí. Por un lado puede servir, bendita prepotencia, como guía de viaje o para dar ideas a aquellos que quieran recorrer la zona y por otro lado simplemente, bendita mala leche, para dar envidia. Todo esto en la medida de lo posible, desde luego.
Para empezar he escogido el periplo que me llevó durante los pasados días de Pâques, eso que viene a ser más o menos nuestra semana santa pero en versión reducida, por L’Auvergne.

Debería empezar diciendo que la Auvernía es conocida geológicamente por ser zona volcánica e históricamente por ser donde los galos terminaron cediendo al empuje romano, como bien aprendimos casi todos después de leer un poquito a Julio Cesar y un muchito a Asterix.



La principal característica que encontramos en los pueblos de esta zona es la explotación de dicha roca volcánica tan propia del lugar para la construcción de los edificios. Esto es especialmente evidente en Clermont-Ferrand, capital de la comarca y cuya catedral negra es una de las más impresionantes de las que ha visitado hasta la fecha.



Clermont es una ciudad viva, cada vez que salgo de Cosne y llego a algún lugar como este aprecio realmente la diferencia, se agradece ver y escuchar gente por la calle, el bullicio, las terrazas, las tiendas de cómics (ejem, esta vez no entré en ninguna, me costó contenerme, pero no entré), restaurantes variados con todo tipo de cocinas… Es, a fin de cuentas una ciudad donde no te importaría vivir.
Es una lástima, o quizá no, que suela quedarse fuera de los circuitos habituales de vacaciones y no sea una de las grandes conocidas, ya que realmente merece la pena pasarse por ella, ver sus plazas y fuentes de roca volcánica, perderse por sus calles, (pasear por el campo, por la playa, los espaguetis, y los lacitos!!... es que me enrollo de lo lindo, lo reconozco… estooo, volvamos al tema). Lo que también se podrá hacer en breve es darse una vuelta en el tranvía que están a punto de instalar.

Igualmente interesante pero a escala más reducida me pareció Riom, con el mismo tipo de construcciones a lo que a material de obra se refiere pero más en formato pueblo, calles más estrechas pero que al estar adornadas con abundantes flores (cosa bastante habitual en los pueblos franceses) generan un contraste interesante.



Lo que ya no me gusto tanto, o digámoslo de otra forma, me decepcionó un poco, fue Vichy, un pueblo envejecido lleno de balnearios y que nos da la impresión de encontrarnos en la costa noroeste de España durante los años setenta debido al tipo de viviendas. No descarto que tuviera algo de culpa la hora en que lo visitamos pero me resultó algo deprimente. No hice ni fotos…

Una de las buenas cualidades de L’Aubergne es la opción que da para hacerse unas interesantes rutas montañosas en las que recorrer antiguos volcanes sin mucha dificultad simplemente con un poco de ganas y unas buenas botas.
Son dignas de patearse las zonas de los Puy de la Vache y del Puy de Lassolas, que pueden ser rodeados mediante un sendero va remontando por los conos de ambos.



También hay que pasarse sin falta por Le Mont Dore, pueblecito de montaña a los pies de una cordillera nevada donde había un buen montón de gente esquiando. Allí se puede coger un teleférico

que remonta a una buena altura y que te acerca al Puy de Sancy, el más alto de la zona con sus 1886 metros.



El otro pico a subir es el Puy de Dôme, algo más pequeño que el anterior con 1465 metros, que se pueden subir tanto en coche como a pie, según las ganas que se tengan en el momento (nosotros lo hicimos en coche, vaguetes que estábamos vaya). En la cima, a parte de algunas de las mejores vistas que se pueden encontrar de Clermont-Ferrand y del resto de la zona, como ésta:

hay una torre de comunicaciones y un antiguo templo romano dedicado a Mercurio, lo que genera una curiosa casualidad. Desde luego había zonas donde te sientes flotando.



Todo viaje, aparte de sus ciudades que visitar y su naturaleza que admirar, tiene sus anécdotas a recordar y la de éste nos sucedió camino de Le Mont Dore, acabábamos de dejar atrás un impresionante lago helado, el Lac de Guery, que es este vaya:

y ya andábamos con ganas de comer un poco, aunque no creo que una cosa tenga relación con la otra. Paramos en una pequeña Brasserie-auberge que había en medio de la carretera y que nos llamó la atención ya que el sitio era asombroso, el comedor estaba completamente acristalado y colgado sobre una ladera con vistas a toda la cadena montañosa, el sol pegaba directo y calentaba bien, como decirlo, que se estaba muy a gusto.

La comida fue sencilla pero realmente sabrosa. Y tras el café, como viene siendo habitual, pedimos la cuenta y fuimos a pagar, momento en el que se encendió la luz de alarma al informarnos la dueña del lugar que no era posible hacerlo mediante la tarjeta de crédito, y nosotros que vamos cogiendo alguna que otra costumbre francesa y pagamos en todos los sitios con la “carte bleu” no llevábamos en metálico más de siete euros que se quedaban lejos de los veinte que debíamos. La sorpresa llegó cuando la señora nos dijo con toda la calma del mundo que no pasaba nada y que ya le enviaríamos un cheque otro día, lo de los cheques es otra costumbre francesa pero que en este caso aún no ha calado en nosotros y no la seguimos mucho. No obstante lo que hicimos fue pasar de regreso de nuevo por allí y saldar las deudas sin mucho tardar, que luego entran las perezas.
Otro dato curioso a aportar es que el dueño del hotel, en realidad de toda la cadena hotelera, donde pasamos las noches era un español que llegó a Francia a los ocho años y en el que encontré ese acento tan característico que ya descubrí el día que estuve en el consulado.

Así a groso modo esto es la Auvernia, al menos lo que yo vi de ella y lo que pude apreciar, como ya he dicho es una zona que suele pasar desapercibida pero que bien merece pararse a verla y disfrutarla.

lunes, junio 19

Reenganche.

Lo confieso, tengo internet desde hace dos semanas. Es cierto, soy un puñetero vago, en fin es lo que hay. No puedo decirlo de otra forma, y si no me he puesto a escribir aquí antes es simplemente por pereza.

Pero bueno, que vuelvo a la carga que para eso estoy aquí. Voy a comenzar con una pequeña puesta al día de todo lo que ha pasado desde la última vez que escribí por estos lares.

La desconexión tuvo lugar a finales de abril, allá por el veintitantos nuestro compañero de piso se fue y con él más de la mitad de los muebles, el módem, el teléfono, la internet y la France Telecom… Dejándonos a mi compañera y a mí solitos con media casa vacía e incomunicados (intentamos lo de las señales de humo pero a los bomberos no les hizo mucha gracia…). De todas formas, al día siguiente más o menos, ya teníamos nueva compañera de piso, que curiosamente también ocupó la plaza del que se fue en el trabajo, y con ella se amuebló de nuevo el salón. La casa quedaba así un poco más completa, ya no nos faltaba casi nada, excepto fundamentalmente algo de decoración, que es el proceso en el que nos encontramos ahora. Todos estos cambios y movimientos tuvieron lugar en los últimos días de abril y los primeros de mayo. Mayo, menudo mesecito, la de cosas que pueden suceder en treinta y un días escasos. Me explico.

Mayo como viene siendo habitual comenzó en fiesta, y además para cuadrar más las cosas coincidió en lunes. Al ser fiesta ese día cuenta poco así que paso de él. El dos, que suele venir después del uno fui a trabajar ya que aquí en Francia, y pese a mis insistencias, no tienen la costumbre de celebrar el día en el que les dimos la patada en el culo a las huestes napoleónicas, agua pasada no mueve molino les digo yo, pero ellos que nada, que no hay manera, que a trabajar se ha dicho, además dicho día se cumplía un año que empecé a vivir en Francia. Tras cuatro días no muy duros llegó el sábado, que era el día elegido para “hacer de tripas corazón” (tengo que aclarar que esta el la denominación con la que se conoce por aquí al Ikea) una segunda vez, y digo que era el día elegido debido a la cercanía de dicho centro con París, con lo que así haríamos noche en la ciudad de la luz y al día siguiente iríamos a ver un museo, aprovechando que el primer domingo de cada mes tienen entrada libre.

Pero no todo fue tan fácil como era previsible y hacia la mitad de las cuatro horas que nos pasamos en el “hacer de tripas corazón” empecé a sentirme mal, lo achaqué al hambre que por aquel entonces tenía y no le di más importancia. Esa misma noche estuvimos paseando-cenando por la rive gauche y a la hora de volver al hotel comencé otra vez con el malestar. El domingo finalmente escogimos el Musée d’ Orsay que estaba lleno de cuadros, pero más aún de gente. Esto, y en razón a las leyes de los volúmenes me llevó a pensar en un primer momento que uno va a un museo para ver gente pasear. Pero luego me di cuenta, sorteando mi egoísmo, que realmente uno va a un museo junto con más gente para pasear delante de los cuadros y para hacer que estos se sientan admirados y no se depriman por pasar todo el día colgados en un edificio vacío. Y mira que la mayoría de los cuadros que había eran realmente impresionantes (evidentemente) tanto que al primer guarda que vi le pregunté si me podía llevar alguno a casa, aprovechando nuestro ya mencionado proceso decorativo, prometiéndole, eso si, que los cuidaría mucho y que procuraría mirarlos al menos un par de veces al día, el guarda fue a consultarlo con un señor de blanco y cuando volvió me dijo que los baños estaban abajo, que las fotos las hiciera sin flash y que tuviera un muy buen día. Yo por no llevarle la contraria fui al baño dos veces pero me quedé sin cuadros para la casa. Lo que si me llevé, previo pago claro, fue un ejemplar del “Little Nemo 1905-2005, un siècle de rêves” de Editions Nouvelles, en el que varios autores aportan su visión de la obra de Winsor McKay, toda una maravilla que aún no he tenido el placer de leer y de la que desconozco si existe una edición en castellano.
Tras el museo fuimos a comer algo y a pasear un poco por los alrededores de Notre Dame, momento en el cual me volvió el malestar de los últimos días y optamos por volver a Cosne.

El lunes ocho no trabajé, ya que en compensación por el dos aquí celebran la victoria de 1945. Así que aprovechamos el día para ir colocando lo comprado y así adecentar un poco la casa. Yo por mi parte seguía con mis malestares, calores y escalofríos. Como no teníamos un termómetro en casa me ahorré el susto pero si hago una comparación con los días siguientes en los que si tenía estoy seguro de que en esos primeros días superé tranquilamente los cuarenta graditos. Pese a todo fue a la hora de irme a la cama cuando vi los primeros granitos y en ese momento empezamos a sospechar.

El martes sonó el despertador como cualquier otro día laboral pero al llegar frente al espejo no me reconocí, más tarde el primer médico que me crucé en el entro de rehabilitación en el que trabajo me lo confirmo: VARICELA. Media vuelta y a casa con quince días de arrêt y luego ya se vería. Aún me queda la duda de cómo alguien a las puertas de los 29 consigue agarrarse una varicela y más si no tiene contacto con niños ni conoce a nadie que la estuviera incubando en esos tiempos. Misterioso vaya…

Además del aburrimiento previsible al quedarme confinado en mi casa, el mayor problema que se me presentaba en esta situación era que el fin de semana siguiente se casaban en España dos de mis mejores amigos y no estaba dispuesto a perderme la boda ni con todas las autoridades aeroportuarias en mi contra, y mucho menos después de todo lo que había pasado para tener mi pasaporte. Conseguí un certificado médico que aseguraba que ya no era contagioso, cosa que nunca se sabrá si era verdad o no, y con él me fui a Orly. Al final en ninguno de los aeropuertos, ni en Orly ni en Barajas, tuve el menor problema. La boda fue genial, me lo pase a lo grande y me alegré enormemente de no habérmela perdido, que ya me pesó un poco el no poder ir a la despedida que tuvo lugar el fin de semana anterior.

Una vez pasada la boda, toda la semana siguiente, y ya de vuelta en Cosne, estuve muerto de asco en casa pese a que simplemente me quedaban algunas costras que ni picaban ni nada, así que solo en casa y sin internet me aburría sin remedio. Cierto es que televisión tenemos pero a decir verdad y pese a disponer de tropecientos canales hay que reconocer que la programación es casi peor que la española, o sin el casi, vaya que andan ahí a la par.

El siguiente fin de semana fue de vagueo y reposo en preparación a la reincorporación al trabajo. Lo único remarcable, que se pueda escribir por aquí, es que nos pasamos el sábado noche como dos idiotas comiendo palomitas y viendo Eurovision, ejem…

Por fin el lunes volví al trabajo y pese a que suene raro tengo que decir que ya tenía ganas (ya veis, uno, que le gusta lo que hace). El martes fuimos al cine a ver DaVinci Code que me dejó tan ni fu ni fa como el libro pero encima en versión condensada. Y el miércoles vino desde España de visita una amiga de mi compañera (que bien sienta que le vengan a ver a uno, y con esto no miro a nadie…), lo que hizo que pasáramos un buen fin de semana visitando sitios como Saint Fargeau o Bourges, donde nos quedamos con las ganas de no haber llegado un poco antes para tener más tiempo para hacer algunas compritas interesantes, yo me tuve que contentar, de prisa y corriendo, con los tomos 1 y 2 de “La Guerre de Alan” de Guibert que edita L’Association y con el “Approximativement” de Lewis Trondheim de editions Cornélius.

El siguiente lunes la visita se fue y a media semana y sin avisar quien llegó fue junio, con el verano esperando en la chepa. Lo que aún no había llegado pese a haberlo pedido casi un mes antes, era el nuevo módem y aquí los dos españolitos empezábamos a desesperarnos. Finalmente y como quien no quiere la cosa, tras presentarnos en La Poste con cara de pocos amigos y quejarnos un poquito, el sábado muy prontito el cartero llamó dos veces y el que suscribe salto de la cama bajó a la calle en pijama y recibió en sus manos un paquete en el que había un módem todo para nosotros solitos.

La llegada de dicho paquete modificó todos nuestros planes de fin de semana ya que aunque pretendíamos ir de nuevo a París para ver otro museo por la cara, nos conformamos con pasar la tarde del sábado en Bourges y hacer más tranquilamente esas compritas pendientes y como quien no quiere la cosa cenar con una pareja de amigos.
Las compras por mi parte las describo, consistieron en los tomos 2 a 4 del “KOMA” de Wazem Y Peeters, que ignoro si está traducida al castellano, aquí lo edita Humanoïdes Associés; el “Kickback” de David Lloyd de editions Carabas; el tomo fuera de colección de “Mr. Jean, la theorie des gens seuls” de Dupuy et Berberian también de Humanoïdes Associés; “Les mauvaises gens” de Étienne Davodeau, editado por Delcourt y que arrasó en la última edición del Salón de Angoulême y el “Kamasutra” y la edición integral de “Le déclic” de Milo Manara en una edición magnífica de Albin Michel. Sí, ya lo se, devasté un poco las tiendas pero llevaba ganas acumuladas y además estábamos en los días de la “Fête de la BD” con lo que me sentía muy en mi salsa.
Por otro lado diré que la cena estuvo muy bien y que me trajo muy gratos recuerdos.

El domingo me puse con la internet, el wireless, los portátiles y la línea de teléfono (claro que como el aparato de teléfono se fue con nuestro antiguo compañero fue como si no hubiera línea), por raro que parezca conseguí que todo funcionara sin grandes problemas, más o menos. Y en eso consistió el domingo, más o menos también.

A la semana siguiente ya teníamos un nuevo aparato de teléfono que aportó la nueva colocataire, pero era un teléfono curioso, ya que en principio sonaba muy bajito, luego no sonaba y finalmente no daba ni línea ni mucho menos los buenos días. Vaya que para dejarnos de líos terminamos comprando uno nuevo e inalámbrico para no cablearnos más…

El viernes no trabajé, en su lugar me cogí un avión otra vez hacia Madrid para la última de las bodas previstas, al menos de las que al final fueron tales (gracias primo por el dinerito que me has ahorrado y gracias también por avisarme personalmente). El sábado fue el casorio pero cosas de la vida lo terminé el domingo, mejor no hacer preguntas, aunque de todas formas no creo que pudiera responder ni a la mitad, la memoria en estos casos falla mucho. Pero en fin que la curiosidad de dicha boda fue que debíamos ir disfrazados (el que quisiera vaya) y el menda, ignorando las peticiones de un traje de Napoleón o de Luis XIV apareció como el mismísimo diablo. No, no pidáis fotos que no las pienso subir.
En fin que el domingo, y sin saber muy bien como, conseguí llegar a Cosne. Si en la anterior boda tuve miedo de que no me dejaran viajar por contagioso en ésta tenía miedo de que no me dejaran pero ahora por inflamable, finalmente el único problema que tuve fue el inicio de una gran resaca que me había ganado a pulso por insensato.

Fue hacia el martes cuando la resaca se disipó del todo coincidiendo felizmente con el cumpleaños de mi compañera así que lo celebramos, el cumpleaños, no el que se me pasara la resaca. Y así siguió la semana, el miércoles tuve la dura tarea de ocuparme de dos pacientes en sus respectivas habitaciones, aunque se dio la casualidad por un lado de que en ambas hubiera televisión y por el otro que el tratamiento del primero durara lo mismo que la primera parte del España – Ucrania y que el segundo tratamiento acabara con el fin de dicho encuentro, curiosidades de la vida, ejem…

Y es así como llegamos a este fin de semana que acabamos de pasar, en el que tenemos visita ni más ni menos que desde Canadá (a ver si aprendemos) y en el que casi se me pasa felicitar a una de mis mejores amigas por su cumpleaños (ojito con los frutos amarillo-anaranjados cubiertos como con hojas…). Así que la vida sigue, tras este fin de semana y un día de trabajo en cuanto acabe con esto me pondré a ver el fútbol, a ver si seguimos con la racha, aunque no nos emocionemos que ya sabemos lo que pasa luego.

El que haya llegado hasta aquí y se lo haya leído todo enterito realmente merece un premio, así que cuando se me ocurra os aviso, vosotros por si acaso dejad un comentario (por el momento, ¿alguien quiere una cuenta de Gmail?)